Por: René X. Pereira
La doctrina de las maldiciones generacionales o heredadas es parte de un conglomerado de doctrinas que forman parte de las enseñanzas de la llamada “Tercera Ola”[1] y el neocarismatismo. Dentro de este conglomerado de enseñanzas se encuentran otras tales como la posesión satánica en creyentes, la confesión positiva, la restauración de los ministerios apostólicos y proféticos, la unción fresca, la palabra rhema y otras. En otros escritos hemos analizado algunas de estas doctrinas. En este nos limitaremos al análisis de la enseñanza de las maldiciones generacionales a la luz de la enseñanza bíblica sana.
En esencia lo que afirma esta enseñanza es que una persona, aún después de haber experimentado una conversión genuina, debido a los pecados y prácticas ocultistas de sus antepasados, las maldiciones que acarrearon sus acciones pasan de una generación a otra y continúan activas y operantes aún sobre los descendientes cristianos. En otras palabras, las maldiciones de una generación se pasan o transmiten a la nueva generación. Por ello es necesario “romper” dicha cadena de maldición por medio de una liberación que la quiebre.
En la actualidad se ha puesto de moda entre ciertos grupos neocarismáticos la quiebra y liberación de maldiciones que alegadamente inciden en las conductas y los sucesos de la vida de muchos cristianos. En la práctica, a la mayoría de los cristianos que acuden buscando ayuda espiritual para lidiar con sus conflictos, se asocian sus problemas a maldiciones que han heredado de sus ancestros. Estas maldiciones pueden incluir la supuesta presencia de espíritus malignos que persiguen a los componentes de un grupo familiar de generación en generación debido a pactos que se hicieron en el pasado.
Es importante, antes de proseguir con este análisis, establecer la diferencia entre conductas y patrones aprendidos y maldiciones heredadas. Hasta cierto punto existe la realidad de que hay patrones de conducta que tienden a repetirse de una generación a otra. Se ha comprobado que los patrones de crianza y el ambiente son altamente influyentes en el desarrollo de la personalidad y el carácter del individuo. No es totalmente determinante, pero sí influye, y existen estudios a nivel sociológico que así lo comprueban. También es igualmente cierto que los pecados de los padres acarrean consecuencias que afectarán la vida de sus hijos. Las malas decisiones y acciones que se toman pueden y en muchas ocasiones acarrean consecuencias sobre las vidas de los descendientes. Un divorcio, por ejemplo, tiende a afectar la estabilidad emocional de los hijos e incidir en sus vidas en el futuro. Un ejemplo de ello es la vida del justo Lot. Era un hombre piadoso y recto, pero tomó decisiones poco sabias que acabaron por arruinar su propia familia. Su interés en las riquezas y la comodidad de la llanura de Sodoma le hizo acercar sus tiendas hasta aquella ciudad de pecado, y en ese ambiente levantó a su familia, resultando al final en un verdadero desastre.
Sin embargo no debe confundirse lo que son conductas que se repiten por aprendizaje e influencia del ambiente en que se desarrolla el individuo con la creencia de que existen maldiciones en el plano espiritual que pasan de una generación a otra. En realidad esta es una creencia totalmente ajena a la enseñanza bíblica. Es cierto que el pecado trae consecuencias sobre la vida de una persona, y hasta cierto punto es una maldición. Es cierto también que el pecado puede afectar a otras personas cercanas. Pero no es correcto bíblicamente afirmar que por causa de los pactos y ataduras espirituales de los padres, los hijos resultan herederos de los mismos. Y esto es más cierto aún cuando se trata de personas que han nacido de nuevo. La sangre de Jesucristo limpia por completo la vida de una persona, le convierte en nueva criatura y templo del Dios viviente. El creyente además es trasladado del reino de Satanás a la potestad de Dios. El afirmar que un redimido puede heredar las maldiciones de sus antepasados, es negar el poder y la efectividad del sacrificio de Jesucristo y las promesas que nos han sido dadas.
Es sorprendente que la evidencia bíblica que suele utilizarse para justificar esta enseñanza provenga prácticamente de un solo verso de la Biblia. Ya de por sí esto nos debe poner en alerta con respecto a esta enseñanza. Construir una doctrina sobre un solo versículo de la Biblia va en contra de las reglas básicas de la hermenéutica. Y más aún cuando ese solo versículo tomado como base, se utiliza sacándolo fuera de su contexto. El pasaje es el de Éxodo 20:5 “No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.”
Este pasaje, en primer lugar, no está hablando de maldiciones heredadas. Se refiere al castigo de Dios sobre quienes le aborrecen y rechazan sus leyes y preceptos. Note usted que la maldad hasta la tercera y cuarta generación es sobre quienes le aborrecen. ¿Podemos aplicar esto a los redimidos? ¿Somos nosotros los creyentes los que aborrecemos a Dios? Sin duda el pecado acarrea consecuencias, y las mismas pueden afectar la vida de una persona y la de sus descendientes. Pero en Cristo Jesús toda maldición es cancelada y todo pecado borrado a través de su sacrificio expiatorio. El creyente es nueva criatura; las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas (2 Co. 5:17).
Fuente: bíblicaemmanuel